Mi nombre es Romina. Escribo relatos de ficción & no-ficción, crónicas y artículos. Coqueteo con el periodismo y la literatura.
Amo los días nublados y el café.
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Desaparecida por dos años
Published 5 months ago • 7 min read
Desaparecida por dos años
No tengo muy claro aún si esta es una carta a mi misma, justificando mi ausencia para con el teclado, o más bien, un saludo muy grande a vos que te estás tomando el tiempo de leer. Quizás ahí está el punto de la escritura, contarle una historia a alguien que entretenga por algunos minutos pero que también deje salir algo que el autor vino cultivando por mucho, mucho tiempo.
Hace dos años me mudé a Amsterdam. La ciudad me consumió, de la mejor forma posible. Siento que desde que me mudé acá empecé a vivir la vida, de verdad. Experimenté cosas que jamás sentí. Conocí personas que me enseñaron, personas que me destruyeron y otras que me devolvieron la vida. Es la primera vez que no siento la necesidad de salir corriendo hacia otro lado. Es la primera vez que disfruto de mi día a día sin pensar demasiado en lo que vendrá.
Revisando mis notas me encuentro con este borrador de hace exactamente dos años:
Casi dos meses después de vivir en Amsterdam, creo que tengo una decisión tomada.
Hoy vine a la biblioteca pública de la ciudad, por primera vez. Un edificio enorme, con varios pisos, alfombras y sillones de cuero. Todo acá es acogedor, gezellig. Entrar a la biblioteca es gratis y hay disponibles varios salones y escritorios. Revistas y libros por todas partes.
El único parloteo viene de la cafetería que está en el primer piso. Sutil, con música de fondo y el tintineo de las tazas tocando los platos.
Casi todos los días tomo el tren para venir al centro de Amsterdam, ya sea al trabajo o solamente a caminar. Aún me quedan muchísimos lugares por conocer, pero ya sólo deambulando por cualquiera de los canales te sentís en un museo a cielo abierto. Apenas huís un poco del barrio rojo, en cualquiera de las calles encontrás pequeños bares bohemios o tiendas de ropa vintage. Todavía no fui al mercado principal, pero escuché que hay comida de todos los países. Pienso ir a chusmear un poco, aunque sabemos que ni la comida ni la cocina ocupan un lugar especial en mis intereses.
Estamos en diciembre y mi cuerpo ya experimentó los grados bajo cero. Varios grados bajo cero. Mi piel se adapta con más facilidad a esta temperatura que al calor húmedo de Rosario en verano, con cuarenta grados y el sol que parte la tierra. Acá, el hielo en las calles es bastante peligroso, en especial si vas a pie y por la vereda. En la bici todavía no me caí, tampoco caminando. Con la torpeza que llevo encima, creo que sólo es cuestión de tiempo.
Es cierto que hace mucho frío, pero como dice el dicho inglés: There is no such thing as bad weather, only bad clothing. Si vas bien vestido, no hay frío que te frene de salir de casa e ir al centro a tomar una cerveza en el pub con los chicos.
Hay muchas cosas que quiero hacer y me doy cuenta que todas parten desde mi vida en Amsterdam. Desde que me mudé a este país, no dejé de sentirme cada vez más parte. Todo de este lugar me gusta. No quiero armar más valijas con mudanzas internacionales, quiero encontrar un departamento que me guste y hacerlo mío. Quiero construir un lugar al que pueda llamar hogar, en una ciudad que yo misma elegí.
Me gusta que el aeropuerto de Schiphol sea de los más importantes de Europa, dada la cantidad de conexiones y escalas que tiene. Para mí, tiene un peso simbólico el haber pasado por acá tantas veces y no haberme quedado hasta recién ahora. Siempre estuvo ahí, escondido entre los sellos de mi pasaporte. Ahora, desde Amsterdam Schiphol puedo ir a Buenos Aires directo, a Londres en una hora y a cientos de lugares más. Tengo trenes, si quiero puedo escaparme fácilmente a Berlín, Bruselas o París.
Amsterdam es para mí, el centro de mi mundo. Una ciudad que me permite irme pero siempre volver, porque la quiero, porque estoy hecha para ella. Porque en realidad, no la quiero dejar.
Clichés que viví y acepté son verdad
Todo pasa por algo.
Un día estaba caminando por el Corso Nizza, una de las avenidas principales de Cuneo, la ciudad italiana donde viví por un año. Generalmente uso auriculares cuando voy por la calle, pero por alguna razón esa mañana preferí dejarme llevar por el sonido ambiente. Cuando llego a uno de los semáforos peatonales, reconozco en una pareja mi mismo acento. Les pregunté si eran de Argentina, contentos me dijeron que sí y terminamos intercambiando números de teléfono. Gracias a Tatiana, conocí también a Fabiola, y durante meses nos hicimos compañía mientras tramitábamos documentos. Juntarnos a merendar en las tardes frías del invierno piamontés me hacían sentir cerca de lo familiar, de la contención y los espacios comunes.
Fabiola se mudó al sur de Italia. En ese entonces yo había renunciado a mi trabajo en un restaurante italiano donde me sentía miserable. Desempleada y sobreviviendo con los pocos ahorros que me quedaban, apliqué a varios trabajos fuera del país durante todo un mes. Me quería ir. No aguantaba más.
Un día Fabiola me envió un screenshot de un grupo en Facebook llamado Argentinos en Sicilia: Buscamos trabajadores para empresa en Amsterdam. Recepcionistas de hotel, camareros, cocineros (...). Te daban el trabajo, el alojamiento, subsidio de transporte... todo es demasiado bueno para ser verdad, mi cerebro argentino me dijo. Pero apliqué igual, envié mi CV y a los días tuve una entrevista online con la manager del hotel. A la semana estaba contratada. A fin de octubre del 2022, me mudé a Amsterdam. Uno de mis compañeros de casa fue Emiliano, el chico que casualmente escribió aquella publicación de Facebook.
Menos mal aquel día salí a caminar sin auriculares.
Primero tenés que amarte a vos mismo para luego poder amar a alguien más & el amor no lo es todo.
Llegué a Amsterdam Schiphol un 30 de octubre. Antes de viajar, envié un mail a la oficina de Recursos Humanos informando a qué hora llegaría. Hasta puse parte de mi sentido del humor, diciendo "espero que haya alguien que me abra". Un tiro en el pie, como quien dice. Llegué con mi valija y mi bolso. Golpeé y no salía nadie. Golpeé de nuevo, silencio. Ya está, me dije. Tengo solo 50 euros en el bolsillo y esto terminó siendo una estafa.
Llamé al hotel y la manager respondió del otro lado. Me dijo que podía dormir en el hotel y se disculpó de parte de Recursos Humanos. Bien, no hay problema, me voy a tomar otro tren.
Ese tren me llevó a la estación central. Mi primer encuentro con la ciudad fue la noche y las luces navideñas. Estaba agotada, pero feliz de ver lo que estaba viendo. Tras diez minutos de caminata, llego al hotel y el recepcionista me da la llave para mi habitación, la 007.
Pido el ascensor y apenas la puerta se abre la veo a ella. Le doy la mano y me presento. Me dice su nombre y puesto, supervisora de housekeeping. Me pregunta en cuál habitación voy a dormir y me desea suerte, que nos veremos luego.
Y nos vimos. Muchas veces. Ella fue la primera persona con la que conecté de verdad desde que me fui de Argentina. Teníamos el mismo sentido del humor. Era supremamente inteligente. Nos preguntábamos cómo podíamos tener tantas cosas en común, habiendo nacido en partes tan diferentes del mundo.
Llegó mi primera Navidad en Amsterdam y por supuesto la íbamos a pasar juntas. Junto a otros compañeros de trabajo, pero en el fondo sólo nos interesábamos la una en la otra. Días antes del 24 de diciembre, fui a un negocio a buscar un regalo para ella. Un pequeño detalle, algo que le cause ternura. Vi un ciervo de juguete, de esos para colgar en el arbolito. El ciervo era simpático y llevaba un gorro tejido en la cabeza. Lo compré.
Llegó la medianoche y en la recepción del hotel, le regalé el ciervo. Ella abrió su regalo y en ese momento me di cuenta que esta no era una amistad normal. Nunca me había sentido atraída hacia una mujer, pero esa noche sentí emociones que nunca había experimentado antes por una amiga. Verla genuinamente feliz con mi pequeño gesto me llenó de una alegría que hasta el día de hoy no puedo explicar. "Es el mejor regalo que alguien me haya dado", me dijo. Y en ese momento se me cruzaron por la cabeza los peores escenarios posibles de su infancia en Polonia.
Esa fue la noche donde no sólo entendí que estaba enamorada de una mujer, también acepté la tarea autoimpuesta de dar todo de mi, pura y completamente, a alguien más. Como nunca lo había hecho. A cualquier costo, mi deseo principal fue hacerla feliz. Me volví adicta a verla sonreír.
Y como con cualquier adicción, las cosas no terminan bien. Porque a pesar de dar todo y tener buenas intenciones, a veces el amor no es suficiente.
Ya vendrán tiempos mejores
Como una vez mi buena amiga Naomi me escribió: La misma persona que puede hundirte en el más profundo pozo es la única que puede rescatarte y hacerte llegar a la punta de la montaña, abajo del sol.
Así me sentí durante meses. Cuando todo oficialmente terminó y volví a cruzarme con mi ex, por teléfono o en persona, se sentía como la punta de la montaña. Nadie me hacía sentir tan arriba. Nadie sacaba todo lo bueno —y lo malo— de mí tan a flor de piel como ella. Pero después de ir y venir con el juego de seducción, volví a caer en el pozo. Esta vez, al fondo. Algo dentro mío se rompió.
Fue en este período donde me salvaron. Fueron mis amigos, los que estuvieron ahí para mi. Abrazándome cuando no podía contenerme a mí misma. Haciéndome reír cuando no encontraba nada divertido. Apoyándome con decisiones y momentos difíciles respecto a mi familia en Argentina. Orlando contándome una de sus historias graciosas después de pasar días llorando, Melissa cocinándome algo en su casa después de días sin comer. Sara & Javier invitándome a dormir en su comedor donde hacía 26 grados, mientras el invierno pegaba fuerte en la calle. Peter dándome consejos como lo haría con su propia hija.
Mis amigos son la familia que elegí y la que me ayudó a trepar fuera del pozo, esta vez entendiendo que quizás la punta de la montaña se sintió muy bien, fue algo único e irrepetible; pero después de todo, estar bajo el sol quema y después de un rato ya no está tan bueno.
Dos años en fotos
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Después de dos años, aún me siento como la chica que escribió aquel borrador luego de dos meses de vivir en esta ciudad. Así quiero sentirme siempre, entusiasmada por lo que tengo hoy y lo que puede venir mañana. El día que pierda ese entusiasmo, será momento de armar las valijas, una vez más.
vistiendo palabras
romigoletto.com
Mi nombre es Romina. Escribo relatos de ficción & no-ficción, crónicas y artículos. Coqueteo con el periodismo y la literatura.
Amo los días nublados y el café.
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