Había siete personas en la camioneta. El conductor cerró la puerta y por la ventana vi a toda mi familia saludándome, sonriendo entre lágrimas.
Esa es la última imagen que tengo de mi casa.
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Ahora escribo este newsletter desde el comedor del hostel Le Flâneur, en Lyon, Francia. Durante los últimos días no hice más que hablar y escuchar en diferentes idiomas. El cerebro deja de responder por momentos y no estoy segura si estoy hablando en francés o en una mezcla ítalo-anglosajona.
Tardé 16 horas en avión desde Argentina hacia Amsterdam, donde hice mi escala. El filtro y la revisión más exhaustiva sucede en el primer país europeo al que arribas, por lo que estaba ansiosa de ver cómo sería el proceso esta vez. El aeropuerto Schiphol estaba vació en la zona de tránsito. Solo andaban las personas que llegaron conmigo en el vuelo KL0702. Todos fueron en manada desesperados como corderitos hacia el final del pasillo. Preferí esperar a que se vayan todos y continuar tranquila. Ya no los quería ver más, me alcanzó con las horas de vuelo y los golpes en el respaldar de mi asiento.
Después de atravesar un corredor anchísimo con ventanales que daban a la madrugada de los Países Bajos, llegué a la zona de seguridad. La chica me dio instrucciones en inglés y me indicó que debía sacar todas mis pertenencias de los bolsillos, ponerlas en una bandeja junto con mis dos bolsos y camperas. ¿Monedas también?, le pregunté. Sí, todo.
Todo.
Ahí recordé que llevaba dinero escondido. ¿Le digo o no le digo?
Se lo dije y me pidió amablemente que también lo saque y lo ponga en la bandeja. La holandesa estaba extrañada y frunciendo el ceño: ¿Por qué llevas dinero escondido así?
Le expliqué que no era seguro guardarlo en una mochila o una cartera, porque existía la posibilidad de que me lo roben viajando, en especial en los trayectos en los que estuve en mi país. Era peligroso, y de suceder no sería la primera vez que atravieso una situación de inseguridad. Prefiero siempre extremar las precauciones. Oh, me dijo, ¿te lo pueden quitar?
Sí, me lo pueden robar.
Entiendo, respondió. No te preocupes, aquí estás segura.
Internamente mi corazón se relajó. Pronunció ese “you’re safe here” con una voz suave y compasiva. En ese momento me di cuenta de lo lejos que estaba de casa, de lo importante que es sentirse bien recibida & que alrededor del mundo hay muchísimas personas con buenas intenciones.
Y lo comprobé varias veces.
Encontré el hostel, me recibieron, elegí una cama, me bañé y dormí por más de 3 horas. Al fin había llegado a Europa.
Publicaré más historias individuales en mi página y algunas más cortitas en Instagram. También grabaré episodios en para el podcast. Gracias por leerme, Reader ♥️!
Mi nombre es Romina. Escribo relatos de ficción & no-ficción, crónicas y artículos. Coqueteo con el periodismo y la literatura. Amo los días nublados y el café.
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